lunes, 10 de marzo de 2008

La revolución socialista y el economicismo

Julio Valecillo


El impulso de una conciencia revolucionaria y la consolidación de ésta pasan, entre otros factores, por comprender cómo concibe el mundo la clase explotadora, cuáles son sus códigos morales, éticos y, a su vez, cómo nosotros, la clase explotada, debemos generar praxis consecuente con las ideas revolucionarias para transformar realidades.

La revolución socialista exige conciencia de clase: que las grandes mayorías interpretemos los fenómenos sociales y trabajemos sobre ellos en el marco de la sociedad de la «mercancía», de la época imperialista, impregnada de profundos rasgos posmodernistas.

Recordemos que el postmodernismo se instaló en el mundo para acentuar la hegemonía del imperialismo estadounidense e imponer a los pueblos explotados que la política no existe en el mundo, así como fragmentar las realidades para imposibilitar su entendimiento global. Niega los metarrelatos, esas maneras de concebir el mundo desde una totalidad (cristianismo, marxismo, entre otros).

Fortalecer la idea de una «cultura global» para la «aldea global» donde tod@s seamos «iguales» (para consumir), es parte de las maniobras posmodernistas, que niegan la explicación sobre las características históricas de cada población, es decir, sobre sus rasgos culturales. Levantan las banderas del «fin de la historia», del «fin de las ideologías», y del «fin de las identidades». Dejamos de ser para terminar negándonos.

Estas concepciones prevalecen en vastos sectores de nuestra sociedad, negando el carácter de las revoluciones y la existencia objetiva de vanguardias en el seno de las mismas y, así, se favorece la consolidación de una sociedad consumista entregada a las disposiciones del mercado. Aunado a esto, están los medios de reproducción y difusión al servicio del sepulcro de las ideologías que generan un impacto en la clase obrera, en su mayoría, divorciada de sus intereses de clase.

La clase obrera venezolana ante este fenómeno
En la Venezuela actual, se percibe una clase obrera tragada por un profundo vigor cuantitativo. Gracias a la lógica impuesta por el imperialismo, nuestra clase ha sido permeada por ese deseo insaciable de «tener», trayendo como consecuencia la reducción del sujeto a objeto, la primacía del «éxito» a cuenta de lo que sea, la estética por encima de la ética y, por último, el desentendimiento ante la marginación y la explotación propia de la sociedad imperialista.

La clase obrera no termina de superar su estadio reivindicativo, sumida en el economicismo. L@s obrer@s actuales persiguen simplemente conseguir del Estado (burgués aún) medidas para mejorar sus condiciones materiales de vida, debido a su incapacidad de comprender que sólo con manifestaciones reivindicativas no se supera la explotación, ni la contradicción propia del Capitalismo que subordina el trabajo al capital.

La dirigencia sindical de la mayoría de las empresas del Estado exhibe hoy modos aristocráticos de vida. Esta cúpula, a nivel nacional ha reproducido el postmodernismo, al negar las ideologías con su práctica, al tiempo que ha despreciado la formación teórica que generen la praxis revolucionaria. Se trata de una cúpula sindical que ha traicionado a nuestra clase; se ha negado como clase revolucionaria, al promover luchas contrarrevolucionarias.

Prevalece la improvisación en cuanto al mensaje desde y para la fuerza laboral, degenerando en manipulación y evitando que la base obrera reflexione sobre las situaciones en la empresa. Se pone de manifiesto el profundo desprecio por la ética y la moral revolucionaria.

Con el paso de los años, la dirigencia sindical se ha apoyado en el chantaje y en la manipulación. Su estrategia es su misma táctica: «pedir, pedir y pedir», sin importar incluso las repercusiones que esa práctica trae sobre el resto de la sociedad y sobre la empresa (medio de producción). Apunta por el individualismo y concibe la fábrica como «suya», pues sus limitaciones en cuanto a la formación ideológica no les permiten comprender que ese medio es de tod@s y que debe estar bajo el control social. La riqueza generada no es de la cúpula sindical, sino del pueblo en su conjunto, por la sencilla razón de que la producción como el trabajo son productos sociales, no privados.

Debemos consolidar una ética y una moral revolucionaria, que nos garantice la consolidación de la revolución bolivariana; debemos salir al paso a los pedimentos meramente económicos. La lucha revolucionaria se libra en tres principales contornos: el económico -ciertamente-, el político y el ideológico.

Consolidar nuevas prácticas parte por construir como hecho social espacios propicios para crear condiciones revolucionarias. Los consejos de obrer@s deben ser germen de praxis socialista. La revolución socialista debe desplazar con la organización de la clase obrera las perversiones y degeneraciones propias del capitalismo.

En un país como el nuestro, donde el porcentaje que genera la riqueza es tan bajo, la tarea resulta tanto más compleja. Sin embargo, no es un imposible dar significativos saltos cualitativos a lo interno de la clase obrera y sus niveles de conciencia. La tarea apunta a que el proletariado se haga de toda forma organizativa planteada y asuma su rol histórico en compañía del campesinado, l@s estudiantes y el pueblo explotado en general.

La lucha no debe ser atomizada y la contradicción principal debe estar bien identificada para destruirla. El pueblo organizado se dirige a poseer lo que históricamente le ha sido expropiado, además de hacer uso y administración, junto al Estado revolucionario (que estamos construyendo), de la riqueza generada, con el objetivo de satisfacer las necesidades de las grandes mayorías, con la planificación de la economía por encima del libre mercado.

Que estas palabras abonen el terreno de las conciencias de nuestra clase y que esa cúpula sindical sepa que un pueblo ve con atención cómo con sus prácticas históricas han servido como instrumento de la clase explotadora para negarnos los beneficios de la producción.

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