lunes, 10 de marzo de 2008

La Reforma Agraria Bolivariana y el surgimiento de la oligarquía venezolana

Ernesto Silva


La Reforma Agraria bolivariana iniciada en 1817 fue desvirtuada años más tarde por una ley de repartición de tierras ejecutada por algunos jefes militares de la época, que culminó en la compra de las tierras otorgadas a los soldados por parte de los caudillos de la liberación.

Para tratar de solucionar el daño perpetrado por la casta que surgía, Bolívar pidió al Congreso, a través de Gual, la corrección de la adulterada ley «que proponiéndose por objeto recompensar las privaciones de los militares y proporcionarles al mismo tiempo un establecimiento con bienes y raíces, casi perdió el objeto al presentar los medios de hacer efectiva la asignación, por las trabas y dificultades que opuso, exigiendo la subasta y remate de los bienes nacionales y la repartición anticipada de los vales, cuando no podía verificarse aquélla por las circunstancias del país y porque la profesión de las armas no permite a los que las llevan dejar sus puntos para ir a un remate», según O’Leary en carta citada por Salcedo Bastardo, Visión y revisión de Bolívar.

El Libertador busca asegurar que la orden dada a Gual se cumpliera orientándolo con algunas preguntas: «Siendo el objeto de la ley hacer propietarios a los militares para recompensarlos, asegurarles la subsistencia, y darles estabilidad y arraigo en el país, ¿se logra esto entregándoles unos simples billetes, cuando no tienen medios de subsistir, cuando no hay bienes que subastar ni rematar, porque no se sabe siquiera cuáles sean los nacionales, y cuando no pueden ocurrir a las capitales o pueblos distantes de las operaciones, que es donde deben hacerse las ventas?» (O’Leary citado por Salcedo)

Bolívar también buscó que el ministro Gual garantizara que los errores ya cometidos con la ley, fueran remediados lo más rápido posible y para ello planteó una reforma legal que dice: «Sino que ante todo suspenda la emisión y distribución de los vales para impedir la entera destrucción de su crédito, y no aumentar la ruina de nuestros militares». (O’Leary citado por Salcedo)

Esto nos muestra la preocupación del Libertador por enmendar el daño materializado legalmente. Gran parte de este desasosiego se produce porque él, visionario como siempre, entendió que debido a esta ley maliciosamente interpretada y ejecutada, podía iniciarse una guerra civil después de tanto sufrimiento y sangre derramada para abrir la puerta hacia la paz, la libertad y la igualdad, que se hacía pedazos con este sistema de repartición de tierras.

El ministro Gual dio curso a las recomendaciones de Bolívar y trató de que se ejecutaran las medidas inmediatamente. Sin embargo, el Congreso evitó por todos los medios la aplicación de las reformas y buscó modificar la ley en contra de las posiciones ya esgrimidas por el Libertador. Estas reformas son señaladas por Salcedo: «Los beneficios fueron extendidos a los empleados civiles, con lo cual además, so capa de ampliar la justicia, los saboteadores del esfuerzo de Bolívar lograban precipitar el fracaso de la reforma agraria aumentando desmesuradamente el número de aspirantes y asignándoles tierras a burócratas más o menos ociosos que ningún interés tenían por este tipo de trabajo».

Así quedaron descubiertas las pretensiones de la oligarquía de esa época, que aglutinó todas las riquezas de la nación naciente, asegurando así los espacios de poder para mantenerse como clase dominante y pasar a conformar parte de un Estado oligárquico opresor de las mayorías.

En el transcurso de esta lucha por conformar un Estado justo, Bolívar profundizó su planteamiento revolucionario, al pensar no sólo en lo político y lo económico, sino también en lo social, como explica Salcedo: «Piensa a la vez en la justicia y en la conveniencia de aprovechar tierras inactivas y evitar la fragmentación de las grandes unidades como también en la necesidad de contribuir a que los soldados puedan reintegrarse a la vida productiva al concluir la guerra; para entonces no será imprescindible un gran ejército, y la población colombiana deberá absorber y acomodar eficientemente a esos hombres».

Y avanzó aún más, cuando en 1825 impulsó la revolución económica en Perú y Bolivia, demostrando la sinceridad de su propósito independentista. Para ello, dispuso la justa repartición de tierras al igual que en Colombia, pero para que no se repitiera la situación referida, acordó un reparto universal y planteó cómo se distribuiría: «Cada individuo de cualquier sexo o edad que sea, recibirá una fanegada de tierra en los lugares pingües y regados, y en los lugares privados de riego y estériles recibirá dos».

En posteriores leyes, puso señaló a quienes no hicieran productiva la tierra para evitar los terrenos ociosos: «Se les separará de la posesión y propiedad de dichas tierras y se adjudicará a otros que las cultiven cual corresponde». Además, agregó que el reparto debía hacerse por «personas de probidad e inteligencia», con la finalidad de que se cumpliera cabalmente dicha ley.
Para complementar la Reforma Agraria, Bolívar la acompaña de una serie de medidas para impulsar la empresa revolucionaria hacia un progreso económico y social, como la «supresión de derechos internos, créditos para fomento agrícola, prohibición de exportar ganado vacuno y caballar, establecimiento de un banco de comercio, restauración del Consulado sobre bases nuevas, disposición de entregar tierras a los inmigrantes (para éstos se destinó -por ley colombiana- un millón de fanegadas de tierras baldías), y otras», explica Salcedo.

Sin embargo, muchas de las pretensiones del Libertador se vieron frustradas. «Bolívar se da cuenta al final, de que tan sólo en escasa parte ha logrado el ideal de su existencia. Quizás admita que lo conseguido es el aspecto previo y más visible: la separación de la corona española; pero ni siquiera en el pleno orden político del éxito ha correspondido al desiderátum: la unidad de Hispanoamérica no se alcanza, y la misma Colombia –su aspiración transitoria e inmediata– se rompe en las tres porciones tradicionales. En lo económico la Reforma Agraria, torpedeada, beneficia a los mismos ricos poseedores de siempre o a algunos ambiciosos de extracción popular que por lo mismo de entrar a la situación de privilegio, abjuran de su origen democrático. En lo social, la esclavitud recobra su vigencia, y será después de algunos breves ciclos políticos cuando se llegará cera de la meta. En lo jurídico, el ideal de Panamá queda sin concreción. En lo espiritual, pervive bajo muchas formas el estilo inmoral tradicional, poco se avanza en el camino de la perfección ética. En lo histórico, América se distrae de sus tareas capitales para enfrascarse en una serie de minúsculos problemas de política localista; el continente se olvida de sí mismo, de su tarea vital de hacerse, de la elaboración y ejercicio de su mística de acción», reflexiona Salcedo.

«El hombre del pueblo, quien verdaderamente se batió por la causa patriótica, el llanero analfabeto, el campesino ignorante, estuvieron ausentes de la satisfacción de la Emancipación. Se trataba de una satisfacción política y ellos no contaban en lo político; para ellos poco significaba que el jefe de Venezuela se titulara capitán General, Intendente o Presidente, y que fuera Abalos, Emparan, Páez o Briceño Méndez. La tierra continuaba detentada por sus explotadores de siempre, la situación de servidumbre y de miseria campesina seguía inalterable o más bien agravada por la guerra, y la esclavitud en todo su vigor. Para ellos no hubo revolución», agrega Salcedo.

Es innegable la grandeza de Bolívar en su búsqueda por concretar una verdadera revolución económico-social a través de la Reforma Agraria y en todas las luchas libradas con la clase oligárquica que pugnó por mantener en sus manos los espacios de poder dentro del nuevo Estado naciente, la Gran Colombia; oligarquía que salió triunfante al lograr la ruptura del proyecto emancipador bolivariano y que hoy en día sigue moviendo sus tentáculos en contra del pueblo oprimido.

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