lunes, 10 de marzo de 2008

La cultura del chicle

Kaybeliz López


El capitalismo se alimenta de la exclusión en todos los espacios, aferrándose como un tumor maligno que se extiende hasta las entrañas de las instituciones. Todas las células del Estado padecen los dolores de la burocracia, de la corrupción, del individualismo, de la inconsciencia y dejan podrido en la miseria al pueblo venezolano. Mientras avanza el proceso de cambio bolivariano, los hábiles tentáculos capitalistas continúan sirviéndose en el banquete de los monopolios y oligopolios que la globalización prepara con su receta imperialista. Está latente el cáncer capitalista.

La enseñanza y el aprendizaje fueron mercantilizados; se abrieron muchas universidades con el único objetivo del lucro. Si no, ¿cómo se explica que sea tan reducida la población estudiantil en comparación con la población flotante?, ¿por qué crearon tantas universidades privadas con mensualidades imposibles de pagar?, ¿por qué alejaron las nuevas tecnologías del pueblo?

La industria del conocimiento elaboró sus propios instrumentos de medición e ingreso para reproducir en serie «jóvenes profesionales» como objetos de colección bien cotizados en el mercado: hombres y mujeres yuppies que supieran hablar inglés para ocupar altos cargos en las transnacionales (aquí o fuera del país), que se manejaran con eficiencia en sus cargos para la producción óptima de capital, con técnicas universitarias bien aprendidas para «cortar cabezas», escalar y hacer más jugoso el contrato. En la maquinaria capitalista, ellos son los engranajes más engrasados, son neo-colonizad@s y neo-colonizador@s.

Mientras estos privilegiad@s asisten a sus clases universitarias y hacen yoga para combatir el estrés de la ciudad, los nacid@s bajo techo de zinc van siento filtrad@s desde su niñez por este sistema de enseñanza capitalista y, así, van saliendo de las pobres aulas de los liceos públicos para convertirse prematuramente en «recurso humano» –empleados mal pagados- de las grandes y medianas empresas.

Es la educación para l@s pobres. Se les enseña a «pasar trabajo», a vivir literalmente al borde de la muerte día a día por la delincuencia –compañer@s que no trabajaron al salir de clases y un arma se convirtió en su medio para sobrevivir-, por las lluvias, por la basura acumulada, por las enfermedades que quedan a la suerte de los rezos, por el paquete de harina Pan que a veces no alcanza para tod@s en el rancho.

Estos son los engranajes de segunda mano, los baratos y desechables, porque en el capitalismo la mano de obra «tapa amarilla» se reproduce fácilmente, sin mucho gasto y hasta es resistente. En las grandes ciudades, las empresas están rodeadas de barrios inmensos, bastos mercados para adquirir nuevos obrer@s que son el caldo de cultivo de las revoluciones, una extensa y enredada tela de araña que cae por su propio peso sobre l@s caníbales opresor@s.

La crisis del capitalismo se manifiesta cuando las condiciones que crea para la masa pobre se vuelven en su contra: cesta básica inasequible, transporte público ineficiente y escaso, liceos desatendidos y tomados por el hampa, basura como arroz picado, médicos encerrados en clínicas privadas de espalda al pueblo, contratos laborales inhumanos, privatización de todos los servicios y un salario que se vuelve agua y sal por la inflación.

Pero lo que sucede en el fondo de cada venezolan@, latinoamerican@ y ser human@ oprimid@, eso que no se ve pero se siente, es la peor desgracia que reproduce el capitalismo, y acontece cuando se trastocan los valores.

Cada un@ empieza a vivir su propio infierno por tanta infelicidad acumulada, el dolor, la amargura, la rabia representan el sentir de los padres y madres que ven morir a sus hij@s y de los hij@s que ven morir a sus padres y madres en cuerpo y espíritu. La fractura familiar, el fracaso, la reducción de las oportunidades van dejando un largo camino de penas que pocos logran superar.

Para l@s capitalistas, un proceso revolucionario, socialista, es inhumano porque para ell@s, sólo ell@s son human@s, sólo ell@s merecen vivir como tal, sólo ell@s son ciudadan@s, sólo ell@s son educad@s y merecen universidad, se creen superiores y viven bajo esa frívola filosofía, temiendo la praxis real de la democracia materializada por la mano de l@s «pata en el suelo», malolientes, moren@s, negr@s, indígenas, fe@s y nada nice.

La escuela capitalista ideologiza con las nuevas corrientes posmodernas, a veces sacadas, realmente, de cajas de Special Care de Kelloggs y otras costumbres importadas por la TV de cable. Es una ideología de Bolibomba surtido, con sabores artificiales, que se consume rápido, entretiene un ratico y se desecha en cuanto aburre.

Es engañosa ante la vista saturada, ante el sentido común distraído por tantos productos nuevos, se disfraza de «no ideología». Siguiendo con el ejemplo del chicle, si se siente hambre, se mastica, se mastica, se mastica, pero nunca se traga, y como dice aquel dicho «eres lo que comes», al final, la masa transculturizada siempre está rasa, vacía, ansiosa, deseosa de algo nuevo para consumir, vive con una gran caries en el cerebro.

El producto nuevo es la ideología (o «no ideología») de moda, la libertad (de comprar, aparentar, y ver muchas «emes» de Mc Donald’s para parecer desarrollado y próspero), la democracia (para elegir cada cinco años a políticos y empresarios cool y lindos que traigan todo el comercio, marcas y cultura extranjeras, y sobre todo, que no hablen de cosas «niches» y «fastidiosas» como revoluciones, Bolívar, Cuba, historia de Venezuela y esas cosas).

Los pueblos son capaces de librarse de este grado de alienación cuando se reconocen a sí mismos a través de la historia, de sus propios procesos, valores y costumbres; y una vez conociéndose, se sienten orgullosos y están dispuestos a defender la tierra y construir el Estado nuevo, justo, depurado, humano, democrático, incluyente, popular, socializador de todos los recursos.

La reforma constitucional, hoy nuestro programa de lucha, incluye como máxima del Estado, el nuevo socialismo, el del Poder Constituyente, el del proceso revolucionario construido por cada venezolan@ consciente de su realidad, de sus problemas, de sus soluciones endógenas, comunitarias, lejos de dogmas y cercano a la dialéctica del día a día, de la transformación constante, de la revolución permanente.

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